"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

domingo, 12 de agosto de 2012

SOBRE EL EGOÍSMO NADA SE CONSTRUYE... Y, MUCHO MENOS, LA FAMILIA




Resumiendo: el romanticismo es egoísmo en estado puro. El romántico no busca otra cosa que su propia felicidad. Y concibe el amor exclusivamente en la medida en que la otra persona sea un instrumento apto para hacerlo feliz. Esta felicidad sentimental la desea de modo tan personal que, dejando libres sus sentimientos, brincará por encima de toda barrera moral, importándole un comino todo lo que sea conveniente al bien común, satisfaciendo sus instintos de la manera más brutal. Sobre el egoísmo nada puede construirse… La familia, mucho menos.

Se precisa, por lo tanto, emprender una fuerte ofensiva anti-romántica que muestre la diferencia esencial que hay entre la "caridad" cristiana (fundada toda ella en espíritu sobrenatural; en sentido común; en equilibrio de alma; en victoria del alma sobre el desorden de la imaginación y de los sentidos; toda ella hechura de piedad y ascesis, contraria al amor sensual y egoísta, desquiciado, hecho con sentimentalismo romántico que aún está de moda. Es falso imaginar que los verdaderos esposos cristianos son héroes de novela, que por una coincidencia dichosa llegaron a alcanzar un matrimonio verdadero, por el derecho canónico, como una fase que pasar para satisfacer las pasiones, pero que llevan al lecho conyugal el mismo estado de espíritu, el mismo egoísmo, la misma ausencia de mortificación, como si fuese otra aventura amorosa.

Mientras que la noción sentimental propia del romántico ejerza su influencia en la mentalidad de los cónyuges, latente o patentemente, cualquier matrimonio actual estará en precario, pues se habrá construido sobre el terreno del egoísmo humano, blando, mudable y volcánico.

Se suele decir que la familia es el fundamento de la sociedad. Los matrimonios que surgen del sentimentalismo egoísta y romántico son el cimiento, sí, de la Ciudad del Demonio, en la que el amor del hombre a sí mismo lo conduce al olvido de Dios. Y los matrimonios que nacen del amor de Dios, y del santo amor sobrenatural por el prójimo -hasta el olvido de sí mismo- son el único cimiento sobre el que la Ciudad de Dios se construye.

Plinio Corrêa de Oliveira

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