"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

miércoles, 29 de agosto de 2012

LA TRAICIÓN Y LA SANTA CRUZ



Un beso entre los olivos de una noche oscura y se consuma la traición al Hombre Dios.

El Pastor que ha dado la vida a la humanidad, muerta por el pecado, ha sido traicionado sobre la vía del Calvario por los que él mismo había sanado.
“Porque sabía Jesús desde el principio quiénes eran los que creían y quién era el que había de entregarle. Y decía: "Por esto os dije que nadie puede venir a mí si no le es dado de mi Padre"." (Juan 6, 60-69)
Un rebaño sin custodio en la calma nocturna y a merced de los lobos que irrumpen, haciendo un estrago. Sola una oveja logra dar la alarma, pero ya es demasiado tarde para reparar la falta de su dueño, arrastrado por las ebriedades mundanas. El verdadero pastor no traicionaría nunca a sus ovejas. Él da su propia vida, las vigila, construye un valladar alto y firme, para impedir que la manada de lobos las asalte. 


El padre, el marido, una vocación que se realiza en el cuidado de la prole, defendida y vigilada, formada y reforzada, hace alto el muro que la ciñe y a buen nivel para que proteja de la furia del enemigo que trabaja para desquiciar la célula fundamental sobre la cual se funda la sociedad: la familia según el orden natural.
El Papa, el Rey, el Jefe de Estado, autoridad de una escala jerárquica sacral de la cual Jesús es el absoluto referente. Él que ha venido a servir y no para ser servido. Fiel siempre a su mandato hasta la muerte de Cruz, Él ha apacentado su rebaño, conduciéndolo por la senda del bien y de la Verdad.

El Papa, el Dulce Cristo en la tierra, es hoy desobedecido, traicionado por sus mismos colaboradores, abandonado solo bajo el peso de una cruz que carga cada vez más sobre sus hombros.

Desde el tiempo en que los Reyes eran víctimas de atroces persecuciones por parte de anarquistas e insurgentes, una línea de demarcación y de confrontación separa nuestra realidad de una sociedad sacral ordenada. Y el poder temporal (que por siglos había estado en armonía con el poder espiritual) ha cesado en su curso secular para ser reemplazado en la modernidad por un "estado de derecho" y de "conspiración" que nos deja consternados. 

Hoy son los jefes de Estado los que, habiendo no obstante jurado fidelidad a la "cosa pública", a cambio de un plato de lentejas venden la sociedad a la revolución titiritera que ha entregado, a la anarquía del relativismo, la manipulación de los valores no negociables.
Una sociedad sin Dios, una realidad envuelta en las opresoras arenas movedizas, de la indecisión, de la ambigüedad y del compromiso engañoso.

Decía San Agustín: ”Quien en efecto se pone fuera del orden por la injusticia de los pecados, es hecho regresar al orden por la justicia de los castigos" (Ep. 140, 1, 4)


¿Cuántos cirineos están dispuestos hoy a sostener la cruz de Cristo que se despezada como condena sobre la inconmovible humanidad de los pecados colectivos que claman justicia?
                                                
"Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían, y dijo Jesús a los doce: "¿Queréis iros vosotros también?. Respondió Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Juan 6, 60-69)


Está avanzado el invierno y los días se alternan como páginas de un almanaque perdido en la noche de los tiempos. Entre las nubes de la desolación y en la oscuridad de la tierra, se levanta un fuerte viento. Un ángel, blandiendo una espada de fuego en su mano le indica a la tierra, dando grandes voces:

” ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!”


Francesca Bonadonna

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