Retrato de Luisa de Carvajal |
LA MISIÓN DE INGLATERRA
Después de un largo viaje desde Valladolid a Calais, sufriendo el rigor de los malos caminos, delicada de salud, pero con una fe grande, Luisa de Carvajal alquila una barcaza, se embarca superando su miedo a navegar, y cruza el Canal de la Mancha, no sin sortear el peligro de los holandeses que hostigaban en maniobras de piratería a los buques españoles. Luisa de Carvajal desembarcará en Dover y, al llegar a la playa (contará ella más tarde) la española fue recibida por un misterioso zagal que, sin que nadie de los que iba con Luisa se percatara, le tendió la mano para ayudarla a poner el pie en tierra firme... Y aquel extraño y sonriente muchacho se volatilizó, sin que nadie, salvo Luisa, pudiera decir que lo hubiera visto. Luisa de Carvajal narra este recibimiento entendiéndolo como una señal divina... ¿quién sería aquel muchacho solícito? ¿Un ángel del cielo que se adelantaba para acogerla dándole la bienvenida a Inglaterra? Nadie lo sabe.
Luisa ha llegado a Inglaterra sin conocer el idioma. Eso sí, se ha preparado a conciencia estudiando la historia más reciente de Inglaterra, para poder ejercer una eficaz acción apologética entre los cismáticos, para poder aportar razones (incluso de índole histórica) en su combate dialéctico a favor de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Por eso ha leído a los principales especialistas en la cuestión: el Padre Pedro de Rivadeneyra, por ejemplo, con su "Historia del cisma de Inglaterra". De esta forma Luisa se armará de argumentos para refutar las falacias de los cismáticos con la finalidad de convertirlos a la fe verdadera.
Padre Henry Garnet, de Portrait of Henry Garnet |
Al llegar a Inglaterra es acogida en una casa de campo, al norte de Londres: es la casa del Padre Henry Garnet, (de la Compañía de Jesús). En las casas de campo de la nobleza viven retiradas comunidades de católicos ingleses, apartados de la saña de los cismáticos, evitando las hostilidades y llevando una vida de piedad conforme a nuestro credo. No dura mucho aquella paz y reposo, pues los celosos vigilantes cismáticos descubren aquel idílico refugio de católicos y los católicos tienen que darse a la fuga con precipitación. Luisa y otras mujeres serán conducidas a Londres, donde se las aloja en casas de católicos clandestinos. La familia que la acoge empieza a sentir temores por tener a Luisa entre ellos, están dando refugio a un fugitiva y si son descubiertos puede ser la ruina de la familia: el hecho de ser española hace que sea más difícil la comunicación. Para evitarles más enojos, Luisa abandona aquella casa. En ningún momento quiere Luisa la ayuda de la embajada española, pero el embajador español -enterado de su presencia en Londres- dispone que sus agentes la busquen por doquier, para traerla a la embajada y darle amparo. En este entonces se descubre el Complot de la Pólvora (el P. Garnet -que había hospedado a Luisa nada más llegar ésta a Inglaterra- será capturado, juzgado, sentenciado a muerte y ejecutado bajo la acusación de estar implicado en la conjura de Guy Fawkes). A la postre, Luisa es convencida de las ventajas de vivir en la sede de la embajada española en Londres, pues la Misa y la Comunión diarias se le aseguran en la Embajada y en ningún otro sitio de la capital inglesa.
El descubrimiento de la Conjuración de la Pólvora sirve de pretexto para endurecer las medidas contra los católicos, la persecución arrecia y cobra mayor virulencia. Son muchos los amigos españoles que por carta le recomiendan que abandone aquella posición; le aconsejan que regrese a España, puesto que su estancia en Inglaterra entraña un peligro muy grave para su integridad física y son muy inciertos los frutos de su misión. Pocos saben que Luisa ha hecho privadamente el "voto de martirio". Luisa, desoyendo las amistosas amonestaciones, persevera en su propósito de permanecer en Inglaterra y aprende el idioma poco a poco para empezar su apostolado.
Cruz de Cheapside (Londres) |
TESTIMONIO VALIENTE DE UNA MUJER
Muchos católicos ingleses están en las cárceles. Pocos de sus compatriotas son capaces de asistirlos en la prisión, por miedo a las represalias. Luisa de Carvajal piensa que ese será el campo apostólico al que, en un primer momento, aplicarse. La española empieza a visitar a los católicos encarcelados para consolarlos y alentarlos en la adversidad. Serán muchos los católicos ingleses que se admiren de ello: una mujer (española) es la única que se cuida de los presos ingleses católicos. Ella les anima a mantenerse firmes en la fe, a no doblegarse, a no claudicar, a testimoniar el nombre de Jesucristo frente a los suplicios y, si es voluntad de Dios, el martirio. Y son muchos los que sienten renovadas sus energías, pues ven con sus ojos (no necesitan de palabras) que aquella mujer que les anima al martirio está dispuesta a abrazar el martirio.
Luisa no se asusta. Los cismáticos tienen la costumbre de hacer carteles en los que estampan blasfemas caricaturas del Papa, representándolo con cuernos de demonio y vomitando jesuitas. Luisa, con una valentía inaudita, sin ocultarse de los ingleses, arranca los carteles de las paredes de la calle, a plena luz del día, delante de los viandantes cismáticos, y los rompe desafiando a quienes la miran atónitos: "Pero, ¿de dónde ha salido esta mujer?" -parece que se dicen. Cierto día sí que Luisa estará en peligro de ser linchada.
En Londres todavía estaba en pie la Cruz de Cheapside, alzándose en uno de los mercados más populosos de la ciudad y, según la misma Luisa, el mercado en que más cismáticos rabiosos se concentraban. Este monumento a la Cruz era una de las doce Cruces llamadas "Cruces de Leonor" (Eleanor Crosses) que el amor de Eduardo I de Inglaterra mandó levantar para honrar la memoria de su difunta esposa Leonor de Castilla (hija de Fernando III el Santo y Jeanne de Dammartin). Leonor murió el año 1291 al dar a luz a su último hijo. Habiendo fallecido fuera de Londres, el cadáver embalsamado de Leonor de Castilla fue acompañado por su séquito hasta la abadía de Westminster y, desde Lincoln hasta Londres, doce Cruces se pusieron, una por cada uno de los lugares donde se detuvo el cortejo fúnebre para reposar.
Las Cruces de Leonor eran monumentales. La Cruz de Cheapside, también llamada de Westcheap, fue demolida en mayo de 1643. Pero Luisa de Carvajal pudo verla en la primera década del siglo XVII. Estaba Luisa un día en el mercado y, ante aquella portentosa Cruz, sintió que Cristo seguía reinando incluso entre infieles. Por eso, en un acto de adoración a Dios, no le importó que aquel mercado estuviera lleno de gentes enemigas de la Iglesia Católica. Imaginemos la muchedumbre que se aglomeraba en aquel mercado; casi todos anglicanos con el peor concepto del catolicismo que pudiera imaginarse. No le importó a Luisa lo más mínimo la multitud que la contemplaba, pues sin pensarlo mucho, al ver la Cruz de Cheapside, la española se puso de rodillas ante la Cruz y se recogió en oración. La gente que la vio allí de hinojos empezó a alarmarse ante una manifestación tan patente de catolicismo, considerando una provocación que aquella mujer diera culto a Dios rezándole a la Cruz de Cheapside. Los más fanáticos de entre el público comenzaron a increparla, la injuriaron... Otros clamaban contra ella, llamándola "papista" y pidiendo a voces que había que llevarla a la cárcel o ajusticiarla allí mismo. Ese día pudo haber sido el día de su martirio, pero Dios no quiso. Cuando terminó su oración, se levantó entre la airada concurrencia, una mujer sola contra una ciudad cismática, y con mucho porte siguió su camino, mientras la turbamulta la seguía amenazándola con palos y piedras, ultrajándola de palabra y escupiéndole.
Sobre estos casos Luisa escribió a su amiga la Madre Mariana de San José, expresando lo que en todos sus trabajos sentía y declarando que ella le decía a Dios:
"...Adsum, Domine, non recuso laborem".
Continuará...
Manuel Fernández Espinosa
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