Las olas se van sucediendo cual cintas plateadas bajo los reflejos de una luna creciente; cargadas de pensamientos y de recuerdos se deslizan sobre la húmeda arena de la orilla.
Brillan como ocasiones para la reflexión en el profundo océano de la salvación, custodiando un secreto. Emitiendo fulgores entre los corales esparcidos en el fondo revelan las llaves de oro que abren el templo del alma: la conciencia, un vaso de vidrio a través del cual se transparenta, a la luz de Dios, la miseria humana con sus talentos y sus virtudes, donadas desde el principio, pero enterrados por el egoísmo terrenal que impide los frutos que podrían dar.
Como la ostra que celosa custodia su perla así nuestro corazón custodia su tesoro: el Espíritu Santo, el inspirador y la fuente de todo bien y toda gracia.
El mar está en calma y nos habla. Con sus movimientos ondulantes toca las cuerdas de nuestros sentires; se advierten los ecos de la noche, los ecos de la conciencia que nos interroga y nos responde sobre lo que es gracia y sobre lo que nos atenaza para arrastrarnos en un remolino de compromisos, el comienzo de un abismo que lleva a la perdición.
Me dejo conducir por estas resonancias espirituales como si fuesen teselas engastadas en el curso de la vida; de las tinieblas a la luz emerge el dibujo por el que se es llamado por lo Eterno, no es un dibujo efímero, atado a lo que es materia, más tarde o más temprando pudridera, sino que es un dibujo que lleva en sí un mensaje bien preciso: con sus efectos, con sus renuncias, una carga que no se quiere a menudo reconocer y abrazar por la responsabilidad, el sacrificio y la coherencia que ello entraña ante una sociedad tramposa.
Estamos allí, yo y mi conciencia, inmersas en un silencio compuesto y recogido para escuchar esta voz, la voz clara de Dios que advierte y amonesta como solo un buen padre hace con el propio hijo ante un peligro.
Contra la corriente, anclados a la roca de la fe y preservados por la gracia, seremos separados sensiblemente por la secularización que persigue en su loca oleada de recesión; la recesión de los valores no negociables, que engendra otra recesión, aquella monetaria, económica y social en un continuo estado de decadencia que llevará el mundo a su total autodestrucción.
¿Adónde se llegará si el hombre es presa de sí mismo, cuando el odio al pecado ha dejado el sitio vacante al libertinaje, generador de desórdenes y de violencias?
Se levanta el viento... Las nubes ocultan la luna, el mar se hace oscuro y refleja las profundidades del cielo, un firmamento de pequeñas luces; es noche profunda, una larga ola es empujada por la corriente y toca la ribera arenosa... Todavía se extiende por algunos metros para huir de algo. en la tentativa de agarrarse a una roca; arrastrada por el oleaje que cae sobre ella con más fuerza e ímpetu, se deja tomar y vuelve atrás, en los abismos del océano, sin que vuelva más.
Francesca Bonadonna
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