Una sonrisa jubilosa cunde entre la gente, un lenguaje límpido, conmocionado de lágrimas, fijado en el Sol sin ocaso, en el Sol de Justicia, que es Jesús Eucaristía que, con sus rayos, capta nuestra mirada; rayos que penetran el misterio encerrado en cada corazón, un misterio que sólo se revela a la gracia divina.
Es el mundo, reunido de hinojos en vela nocturna, para reparar todo el mal que se esconde en la miseria humana, esclava de la carne. Recogidos en ruegos, como mil velas encendidas ante el Altísimo, en concordia con los santos y los ángeles del cielo, elevamos el "Tantum ergo". La Iglesia militante y la Iglesia triunfante se expresan en la solemnidad y en el resplandor sobrenatural que las reviste; una realidad que no declinará nunca en su paso según las modas apremiantes del relativismo.
Es noche y un cruce de luces sobre las piedras de la árida tierra abren el camino cerca de la colina; hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos acuden en muchedumbre. Llegan a la cima, a un paso del cielo. Un escenario extraordinario se abre a la mirada, el país con sus luces bajo una noche estrellada; es la noche de San Lorenzo y un silencio surreal envuelve en profunda concentración a los fieles orantes; cada lágrima lleva consigo una herida, una solicitud y una súplica a la Virgen Maria, Mediadora de las gracias; cada corazón se abandona bajo su manto, con los propios dolores, los propios sufrimientos, abrazando las solicitudes de los lejanos que se han encomendado a nuestros ruegos.
No hay espacio y no hay tiempo en un rincón paradisíaco entre las montañas del Este, pero el lenguaje universal de paz y consuelo que se recibe deja la tangible señal de una renacencia.
Francesca Bonadonna
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