"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

domingo, 29 de julio de 2012

LA FELICIDAD INEFABLE DE LA AUSENCIA DE PRETENSIONES Y DE LA PUREZA



El cuadro de la Virgen de la Medalla Milagrosa aparece con la frente ornada de una corona y la cabeza cercada por 12 estrellas resplandecientes. El rostro sonríe con discreción mientras dirige la mirada a quien se ha arrodillado delante de Ella. Muy afable, pero al mismo tiempo muy mayestática. Con el porte, da la impresión de una persona de talla alta, esbelta sin estar delgada, muy bien proporcionada, llevando consigo aquel imponderable de quien tiene plena conciencia de su propia dignidad. Suscita una impresión de majestad, no tanto por la corona como por Su presencia: por la mezcla de grandeza y de misericordia.


La persona que la contempla tiende a pacificarse, a serenarse, a tranquilizarse, como quien siente que las propias malas pasiones en agitación se aquietaran. Como si Ella dijera: "Hijos míos, yo lo arreglo todo. No os atormentéis, aquí estoy escuchándote que necesitas de todo, pero yo puedo todo, y mi deseo es dártelo todo. Pues, no dudes, no tardes, te socorreré en abundancia."

La pintura emana un cierto aire de misterio, pero un misterio suave y diáfano. Sería como el misterio de un día inundado por un cielo muy azul, en el que uno se pregunta qué será lo que haya más allá del azul. Pero no es un misterio cargado, es un misterio que queda tras el azul y no tras las nubes. Delante de Ella se produjo, el 20 de enero de 1842, la milagrosa conversión al Catolicismo del judío Alfonso Ratisbonne.

Ante Ella se produjo, el 20 de Enero de 1842, la milagrosa conversión al Catolicismo del hebreo Alfonso Ratisbonne.

Se observa la impresión de pureza que el cuadro transmite. Comunica algo del placer de ser puro, dando a entender que la felicidad no está en la impureza, al revés de como mucha gente piensa. Es lo contrario. Poseyendo verdaderamente la pureza es como se entiende la inefable felicidad que Ella concede que comparada con toda la falsa felicidad de la impureza es basura, tormento y aflicción.

Se nota también la humildad. Ella revela una actitud de Reina, pero haciendo abstracción de cualquier superioridad sobre nadie que ruega ante Ella. Trata a la persona con la justa proporción; cuando ninguno de nosotros tiene esa proporción, ni siquiera los santos. Sin embargo, si apareciera Nuestro Señor Jesucristo, se postraría para adorarlo, a Él que es infinitamente más. Posee la felicidad inefable del ser sin pretensiones y del ser de la pureza.

Ante un mundo que el demonio va arrastrando hacia el mal, con el placer de la impureza y del orgullo, la Virgen de la Medalla Milagrosa nos comunica este placer de la ausencia de pretensiones y la pureza.



Plinio Corrêa de Oliveira

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