MAGIA, SUPERSTICIÓN Y NUEVA ERA EN LOS GRANDES ALMACENES
de Manuel Fernández Espinosa
Cuando se avecinan las fechas navideñas tenemos muy difícil la escapatoria: "velis nolis" tendremos que realizar alguna visita a unos grandes almacenes. Si además de los cacharros tecnológicos nos sentimos atraídos por otras secciones, como la de libros, no tardaremos en encontrarnos casi siempre con una buena remesa de panfletos sensacionalistas que podrían etiquetarse bajo el título de “libros de autoayuda”.
Los libros de autoayuda forman un subgénero editorial muy heterogéneo: desde una guía de primeros auxilios psicológicos (hecha muy probablemente con tan buena como lucrativa intención por un profesional de la psicología), hasta el grimorio de cualquier fundador de secta o gurú de Extremo Oriente, pasando por el producto escrito de cualquier charlatán que está a medio camino entre una psicología en pantuflas y un mensaje oculto, más difícil de percibir para el lector profano.
Diríamos que en una sociedad donde prevalece el relativismo y donde el sincretismo pseudo-religioso se impone, los libros de autoayuda son falsas tablas de salvación para los náufragos que bracean entre las muchedumbres urbanas: depresivos, fracasados, aspirantes a la felicidad: felicidad tantas veces confundida con la adquisición de fortunas económicas rápidas y sin esfuerzo, felicidad confundida con el éxito sexual. Los libros de autoayuda incluso pueden camuflarse como novelas; es el caso de algunas novelas de Paulo Coelho. Precisamente, una frase de este escritor brasileño podría sintetizar el pensamiento nuclear de los libros de autoayuda: “Cuando quieres realmente una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla.”
La frase está cargada de una gratificante persuasión que dota de falsa seguridad al inseguro, al que no lo tiene del todo claro y necesita que otros le refuercen en su inseguridad. Sin embargo, es la frase –nunca mejor dicho- “mágica”; pues una de las supuestas “leyes de la magia” de todos los tiempos es precisamente la llamada “ley de atracción”, que puede enunciarse así: “lo semejante atrae a lo semejante” –el cual forma parte de la llamada “magia simpática”. Así explicaba Henri Breuil las escenas cinegéticas plasmadas en las pinturas rupestres: los cazadores pintaban los venados, para atraer los venados. Sea lo que fuere, el hecho es que muchos libros de autoayuda (como es el caso del superventas de Rhonda Byrne, “El Secreto”) nos estimulan a poner en práctica algunos “trucos” que presumiblemente atraerían el éxito que ansiamos… ¿Qué ocurre si, poniendo en práctica estos trucos, no surten efecto? El charlatán se ha embolsado nuestro dinero y, si le pudiéramos reprochar al chalán que sus conjuros han resultado ser palabrería ineficaz, éste siempre nos responderá que la culpa la tenemos nosotros: que no pensamos en positivo y espantamos el éxito –pues, en el fondo de nuestra alma, es que no lo queremos.
Son muchos los espabilados que han montado con esto un lucrativo negocio que rinde pingües beneficios a costa de los incautos que adquieren libros de autoayuda. Toda una industria librera se ha montado sobre esta estafa que da gato por liebre, ofreciendo una ayuda que no es tal y una falsa espiritualidad. Es por falsa espiritualidad por lo que muchos libros de autoayuda pueden ser, no sin razón, clasificados entre los cachivaches de la Nueva Era, junto a velas de cera, barajas de cartas, bolas de cristal y toda una gama de inciensos odoríficos donde elegir en ese gran supermercado del sincretismo religioso, esa nebulosa luciferina que llamamos New Age.
¿Luciferina la "Nueva Era"? ¿Por qué? Dejando al margen la turbia génesis de la Nueva Era, el principio de la mayoría de los libros de autoayuda (epifenómeno de la New Age) es la magia y no la religión. Es una magia presentada, eso sí, de una forma mucho menos agresiva que eso que entendemos por brujería, merced a la iconografía occidental; pero de lo que no cabe duda es que estos libros nos ponen siempre ante un pensamiento mágico, un pensamiento que sugiere a la persona particular que no hay Dios a quién rezar, que no hay que buscar ayuda en Dios, ni tampoco querer la voluntad de Dios. El secreto de la autoayuda es, lo dicen sus “manuales”, quererse a uno mismo, afirmar la propia voluntad (incluso mediante gestos y palabras supersticiosos) por encima de cualquier otra cosa.
Osho, uno de los superventas en libros de auto-ayuda, que fue procesado por sus actividades sectarias y delictivas |
Lo que subyace a este subgénero literario es que el mundo se rige por fuerzas misteriosas e impersonales que hay que saber convocar o neutralizar con técnicas más o menos disparatadas. Es un mundo donde no hay Dios y, tengamos en cuenta que, cuando los libros de autoayuda mencionan a Dios, no se trata del Dios de los cristianos. Así es como podemos entender a uno de estos gurúes, Osho (1931-1990) que, pretendiendo superar el “Dios ha muerto” de Nietzsche, llega a proclamar que “Dios nunca nació”, dado que es una ficción. Krishnamurti, desertor del rol para el que lo formó la Sociedad Teosófica: el de un falso mesías, pero sin renunciar nunca a crear un mundo nuevo contra toda religión y tradición; Alejandro Jodorowsky con su psicomagia; el psicodramatista Jorge Bucay… Son muchos estos gurúes -muertos o vivos- cuyos libros podemos encontrarnos en la sección literaria de cualquier gran almacén. Y el lector está indefenso ante ellos.
Los libros de autoayuda no proponen nunca la abnegación de uno mismo, la renuncia del egoísmo por un bien superior, sino todo lo contrario: prometen el éxito de la voluntad del “yo” sobre cualquier otra voluntad: ora sea la de los prójimos, ora sea la de Dios. Cual sugestiones diabólicas fomentan las tentaciones y los deseos, prometiendo la consecución de todas las metas materiales y sensuales que dicte el capricho del individuo interesado. El triunfo material, el éxito económico fácil, eso son sus aspiraciones; por eso Osho pudo decir: “Soy el gurú del hombre rico”. El genial escritor católico francés Léon Bloy declaraba en sus diarios que uno de los figurones del ocultismo francés del siglo XIX, el estrafalario Le Sâr Mérodack Joséphin Peladan le confesó a Bloy que: “el desprecio de los pobres es uno de los arcanos del Ocultismo”. Péladan sabía bien lo que decía, pues -a su manera- fue Péladan uno de los pioneros en el arte del ocultismo convertido en espectáculo de sí mismo: que es a lo que ha derivado la feria de los magos, las brujas y los hechiceros. Los libros de autoayuda, en los cuales subyace un pensamiento mágico, cumplen a rajatabla ese arcano ocultista.
Por eso, la mejor manera de ayudarse a uno mismo, en lo que concierne a esta infraliteratura, es no comprando ninguno.
Fuente original: PROFESOR DE RELIGIÓN SECUNDARIA Y BACHILLERATO
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