En el siglo XVII Jesucristo reveló a Santa Margarita María Alcacoque una particular petición: que el rey Luis XIV y Francia se consagraran a su Sagrado Corazón; que el pueblo le rindiera honor estampando su Sagrado Corazón en los estandartes y en los escudos, teniéndolo a la vista de las familias y en los ambientes de la sociedad monárquica. La consagración que demandaba Nuestro Señor Jesucristo no fue realizada por el Rey y la Revolución francesa avanzó con velocidad, derribando ferozmente a la monarquía e inspirando la persecución contra la Iglesia y al Santo Padre.
En el siglo XX, Dios concedió a la Humanidad una segunda oportunidad: la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, con particular referencia a Rusia. Pero esta solicitud de Nuestro Señor fue nuevamente rechazada y las desastrosas consecuencias fueron la Segunda Guerra Mundial, el comunismo ateo y la difusión de sus errores por doquier, inundando el mundo y provocando la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Después de una larga decadencia moral y social, el hombre impone su centralidad, suplantando a Dios en la centralidad y ejerciendo el poder de manera oculta y estratégica, en contra de la justicia y de la caridad del Evangelio. En nombre de la anarquía, del igualitarismo y de la sutil tolerancia (la igualdad, la fraternidad y la libertad de la Ilustración), el hombre del racionalismo iluminista ha succionado los valores universales del cristianismo, para impulsar la disolución moral en las ideologías y en las costumbres, y en la Iglesia, intentando la descomposición interna, penetró "el humo de Satanás", según palabras de Pablo VI cuando se refería al peligro, tan lento cuanto pérfido, que avanzaba dentro de la Casa de Dios.
¿Qué suerte correrá la humanidad corrupta, esclava del vicio y al servicio de una cultura anticlerical? En el transcurso de un milenio, ¿cuál es el modelo perfecto de sociedad civil al que aspirar para recuperar la dignidad que le falta a la esfera temporal?
León XIII escribió en la encíclica "Immortale Dei" estas palabras: "Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad [...] Cuando el imperio y el sacerdocio viven en plena armonía, el mundo está bien gobernado y la Iglesia florece y fructifica".
De aquí que el resultado, por la evidencia de los hechos históricos, es que el Rey y el Papa, estrechamente unidos en el espíritu cristocéntrico, son "llamados" por Dios a ser los titulares exclusivos de los dos poderes centrales y universal, el poder temporal subordinado al poder espiritual del vicario de Cristo. Es el binomio indisociable de un programa de vida social y civil perfecto, porque está fundado sobre el modelo jerárquico instituido por el orden natural de Dios y solo viable a través del espíritu del Cruzado del siglo XXI que, en alta voz, proclama: "NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS, SED NOMINI TUO DA GLORIAM". ("NADA PARA NOSOTROS, SEÑOR, NADA PARA NOSOTROS, SINO PARA LA GLORIA DE TU NOMBRE"). E impulsados por la devoción al Corazón Inmaculado de María, según las sencillas palabras, no por sencillas faltas de fuerza teológica, de San Luis María Grignion de Montfor decimos:
"AD IESUM PER MARIAM!".
Francesca Bonadonna
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