miércoles, 25 de julio de 2012
LA ERA DIGITAL
ENTRE LOS FALSOS RENGLONES DE UNA ÉPOCA
En una mañana estival, absorta en mis pensamientos, me invade de súbito un sentimiento de nostalgia. Es la nostalgia de los recuerdos perdidos en un viejo baúl, arramblados en el sótano de la memoria. Una lámpara encendida; un libro de cuentos y el hilo de voz de la abuela que contaba sus fábulas para hacernos dormir; un amarillento álbum de familia; una carta bien conservada, con el júbilo de una amiga conmovida por una visita al Papa. Se detiene el presente... Retorna el pasado. Las remembranzas afloran cual el rocío de la mañana a las primeras luces del alba. Los recuerdos se suceden y, al toque de las horas que pasan, se interrumpen, tropezando entre los falsos renglones de esta época. Es el hilo de Ariadna que me toma de la mano para reconducirme sobre las sendas del tiempo.
¿Recordáis las míticas tarjetas postales de cartulina en las preciosas colecciones familiares? ¿Y el álbum de estampas? Era ocasión de intercambiar cromos con amigos y parientes, que competían por ser el primero en completar el álbum. ¿Y cómo olvidar la belleza y la fascinante carta de pergamino o de papel de pátina? ¿Cómo dejar de recordar el sobre de postín timbrado y con sello de franqueo, objeto que levanta el interés de los apasionados? Se contaban los días. Se estaba ojo avizor sobre el buzón del correo, esperando ansiosos la llegada de la misiva. Es todo un guión de viejas películas en que la trama se centraba en un intercambio epistolar que dio origen a la historia y, de hecho, las historias antiguas se entrelazaron, desde remotos lugares, como espigas llevadas en volandas por el viento. Fueron historias verdaderas, sólidas e imperecederas, vinculadas por la fe en la Providencia. Al amor de la lumbre de aceite, deslizando la péñola mojada en tinta sobre el papel de la carta así se plasmaban los pensamientos, los sentimientos y las emociones del alma. Aquellas cartas se impregnaban de perfume, de personalidad, de gusto, de originalidad. Al pasar del tiempo quedó una fecha. Al suscribir la carta quedó una firma. Éstas, éstas fueron las historias de los tiempos que fueron. Pero... Como mudan las estaciones del año tal muda el sello, tal muda el corazón. El invierno gélido está en sus inicios.
En el siglo XXI, la Tradición es retener este vestigio de memoria, como una brizna de hierba, para impedir que la era digital lo anule sin dejar ni la mínima huella. La tecnología suplanta el corazón del hombre y se convierte en el motor de todo. Comunicación veloz e inmediata: datos, fotos a la mano, documentos, vídeos y no sólo eso... En nuestras redes sociales, como la broza al viento, se derraman sentimientos, confidencias, privadas de cimiento y de certeza en la realidad... Ni cartas, ni tarjetas postales, ni tarjetas de enhorabuena para celebrar las grandes ocasiones. Es el mundo de lo invisible y de lo irreal. El tiempo transcurre veloz e inexorable, dejando que la existencia reblandecida y árida se pierda en lo infundado.
Conforme a una antigua tradición, en el año 42 después de Cristo, desembarcó San Pablo en Sicilia. Trajo San Pablo en su mano una carta que María había enviado a los ciudadanos de Messina, convertidos al Evangelio. Una carta enrollada y atada con un mechón de su pelo. Y en esa misiva escribió la Virgen María estas palabras: "Yo os bendigo y bendigo vuestra ciudad". Si esta misma carta hubiera podido llegar a nosotros, en nuestros días: ¿qué diría la Santísima Virgen a esta época que está a merced de la tormenta? La Madonna siempre es el faro al cabo del puerto que espera, iluminando al marinero perdido en las olas, para conducirlo a nuevos horizontes, horizontes que ni el tiempo, ni el espacio, ni el recuerdo humano podrán nunca borrar...
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