Las analogías en el lenguaje bíblico son muy
frecuentes y se relacionan con los estados de la mente y los factores externos
comunes a la naturaleza humana, para que la naturaleza humana entra en armonía con lo creado.
Desde la delicada elegancia del cisne hasta
la ferocidad del león, desde la astucia de la serpiente hasta la pureza de la
paloma, desde la agresividad del lobo a la mansedumbre del cordero.
Según este principio, el profeta Ezequiel
asocia los cuatro evangelistas con los cuatro seres vivientes vinculando cada uno a sus respectivas
cualidades humanas: Marcos, representado por el león, símbolo de nobleza.
Lucas, con el toro, símbolo de la fuerza. Mateo con el hombre, símbolo de la
sabiduría. Juan, con el águila, símbolo de la agilidad en las alturas
celestiales (Ez. 1, 5-2 1). Y el Tetramorfos, los cuatro seres vivientes, son los que vigilan el trono del Altísimo en la visión del Apocalipsis.
En esta armonía entre el hombre y el reino
animal, como fondo y marco tenemos el reino vegetal que saca su fuerza de sus
raíces arraigadas a la tierra, para alimentarse. Las raíces simbolizan la
radicalidad en Cristo, muerto en el Árbol de la Cruz que, con su resurrección, deviene
en árbol de la vida, símbolo de verticalidad que une tierra y cielo; en el
Antiguo Testamento se distingue desde el árbol del conocimiento del bien y del mal
hasta el árbol genealógico, icono de nuestra descendencia...
Las plantas con las flores y los aromas
adornan de vivacidad la palabra de Dios y la enriquecen con toques de color y
de luz, para que sea más accesible la comprensión de su sentido.
"El reino de los cielos es semejante
a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Este grano es muy
pequeño, pero cuando crece es la más grande de las plantas del huerto y llega a
hacerse arbusto, de modo que la aves vienen a anidar en sus ramas"
(Mateo 13, 31-32; Marcos 4, 30-32; Lc. 13, 18-19).
"Todo hombre es como la hierba, y
toda su gloria es como una flor del campo. La hierba se seca y la flor se
marchita cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre..." (Isaías 4,6-8)
"¿Y por qué se inquietan por el
vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo os aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno
de ellos." (Mt. 7,28-29; Lc. 12,27).
En una de las principales calles de mi ciudad,
me detengo a mirar un espléndido escaparate: es una joyería. Súbitamente un diamante, con
sus mil facetas, me llama la atención, ¿pero quién es el artista de
esta magnífica preciosidad? Es el artista por excelencia, Aquel que en cada rayo
de luz, en cada pincelada de color, en cualquier forma y materia existente en
la naturaleza deja impresa su firma. La luz reflejada del diamante puede
ser comparada a las muchas virtudes presentes en un alma, cualidad que en una sola unidad constituye su singularidad. Nada es pasado por alto por la
mano creadora de Dios; desde los abismos del mar con sus minerales a las
entrañas de la tierra, con la austera belleza de las estalactitas y
estalagmitas, como representación de la luz en la noche oscura del alma que anhela la Nueva Jerusalén Celeste, en la visión del Apocalipsis, los muros de la Jerusalén Celeste son de jaspe,
semejante al claro cristal, están adornadas con todo tipo de piedras
preciosas... Su esplendor se identifica con la luz, símbolo de la trascendencia de Dios.
La Iglesia, la Esposa ataviada para su Esposo, edificada solemnemente en los altares majestuosos de las catedrales, en los paramentos sacerdotales bordados en oro
y plata, hasta las piedras preciosas que revisten de sacralidad la corona
real, culminada por la cruz como signo de fidelidad al Papado y la espada,
engastada de piedras preciosas, como la Palabra de Dios.
Esta inefable gracia de la belleza el Señor la ha sembrado a lo largo del camino humano para
mantener viva en nuestros corazones de peregrinos la nostalgia irreprimible del Cielo y poder amar y servir a través de lo que es visible a nuestra
percepción.
En una sociedad que vive de imágenes la
simbología es fundamental. El libro de la Sagrada Escritura es el libro primordial que nos ofrece las representaciones simbólicas que se custodiarán y
transmitirán a lo largo de los milenios sin alteraciones, y viene a significar que la
imagen dice mucho más que mil palabras y transmite contenidos, principios
y conceptos que entran y se fijan en el corazón y en la mente del hombre,
ejerciendo su influencia en las costumbres y en los ambientes: la época de la
secularización es la imagen distorsionada de la realidad según el orden
natural. Si un espejo refleja una imagen artificial, ¿qué resultaría de una
distorsión de la realidad?
Francesca Bonadonna
No hay comentarios:
Publicar un comentario