La historia está jalonada por cambios ideológicos que con el tiempo han venido a determinar la configuración social y política. Hoy en día, las fases de estos acontecimientos están destinadas a convertirse en puntos de inflexión histórica que, tal y como evidencian los hechos, marcan en las leyes una dirección contraria al orden natural y a la jerarquía establecida por Dios. En contraste con esta fuerte y ambigua orientación ideológica, nosotros los católicos corremos el riesgo de ser ridiculizados y excluidos de la muchedumbre, por ser observantes de la ortodoxia que defiende los valores y los principios cristianos a los cuales pertenecemos.
Según lo que proclama Jesús en el Evangelio: "o estás conmigo o contra mí..." (Mateo 12, 30)... "Quien quiera salvar su vida la perderá; quien la pierda por mi causa, la salvará" (Mateo 16, 21-27), nos convertimos en la piedra que desecharon los constructores, que es la piedra angular que traza la línea divisoria entre una sociedad injusta, escandalosa y huérfana de un buen gobierno fundado sobre la justicia y al servicio de la caridad...
Es una época de relativismo fuerte y estamos llamados a ser testigos fidedignos en el campo religioso, social, político y ético. Las acciones personales a partir del círculo social al que pertenecemos son un bien difusivo y se extenderán, estrechamante cohesionadas entre sí, provocando un viraje, contemplado desde la perspectiva de la gracia y la salvación.
Si en Siria y en los países de oriente los cristianos son masacrados, la sangre de su martirio fecundará las almas acercándolas a Dios (es la visión de los tres pastorcitos de Fátima). Si los gobiernos y las instituciones financieras insinúan una política anticlerical, sea más intensa la lealtad al Vicario de Cristo. Si la juventud se corrompe con el uso de la droga y el alcohol, ahí están tantos centros de rehabilitación basados en un ideario cristocéntrico. Si el fenómeno de las sectas se recrudece, incrementándose el número de sus adeptos, también aumentan las conversiones en los santuarios marianos y reforzamos la adoración eucarística, como una cruzada de reparación de día y de noche. Si el aborto continúa su marcha inexorable, los movimientos pro-vida le obturará el paso. Si se dispara la homosexualidad y la pedofilia y la violencia sexual aumentan, la penitencia religiosa, las esposas de Cristo y la vida consagrada son ofrendas de reparación contra los pecados de la carne. Si la amenaza de la ideología de la muerte, la desacralización de la sociedad y de la civilización parecen más fuertes que nunca, el pueblo de Dios desciende a las calles, a las plazas y a los barrios como un ejército en orden de batalla y enarbola la bandera de la victoria con los lemas:
"¡YO HE VENCIDO AL MUNDO!"
(Juan 16, 29-33)
y
"¡LAS PUERTAS DEL INFIERNO NO PREVALECERÁN!"
(Mateo 16, 18-19)
Francesca Bonadonna
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