martes, 2 de octubre de 2012

SAN AGUSTÍN: CUANTOS SE ALEJAN DE LA "UNIDAD"

NO PERTENECEN A CRISTO

 



4. ¿A quiénes llama anticristos? Juan continúa y explica: «Esta es la prueba de que ha llegado la última hora». ¿Cuál? «Que han surgido muchos anticristos. Han salido de entre nosotros» y vosotros los veis. «Han salido de entre nosotros». Lloremos, pues, nuestra pérdida. Y escucha también este consuelo: «Pero no eran de los nuestros». Todos los herejes y cismáticos han salido de entre nosotros, es decir, de en medio de la Iglesia; pero no saldrían si fueran de los nuestros. Por tanto, antes de salir ya no eran de los nuestros. Y si antes de salir ya no eran de los nuestros, es que muchos de los que están dentro y aún no han salido son también anticristos. Nos atrevemos a decir: ¿Y por qué? Para que todos los que están dentro de la Iglesia se cuiden mucho de no ser anticristos. Juan va a describir y señalar a los anticristos, y entonces veremos quiénes son. Cada uno debe preguntarse en conciencia: ¿Soy acaso un anticristo? «Anticristo» significa, en latín, «el que está contra Cristo». Y no, como algunos creen, alguien que tiene que venir antes de Cristo o, viceversa, que Cristo vendrá después de él. Pero ni se dice ni se escribe así. Anticristo es lisa y llanamente «el que está contra Cristo». Ahora bien, ¿quién es el que está contra Cristo? Lo veréis porque él mismo va a decirlo y comprenderéis que nadie puede salir afuera sino los anticristos, porque los que no están contra Cristo es imposible que salgan. Pues los que no son contrarios a Cristo están adheridos a su cuerpo y se consideran miembros suyos. Los miembros nunca están unos contra otros. La integridad es el conjunto de todos los miembros. ¿Y qué dice el apóstol sobre la concordia de los miembros?: «¿Que un miembro sufre? Todos los miembros sufren con él. ¿Que un miembro es agasajado? Todos los miembros comparten su alegría» (1 Cor 12, 26). Por consiguiente, si un miembro es agasajado y todos los miembros comparten su alegría, y si un miembro sufre, todos sufren con él, es que la concordia de los miembros no admite el anticristo. Como este cuerpo necesita cuidados y sólo logrará la santidad perfecta tras la resurrección de los muertos, resulta que dentro del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo hay algunos que son como una especie de humores malignos. Cuando se evacuan estos humores, el cuerpo se alivia, del mismo modo que cuando se salen los malos, la Iglesia se calma. Y cuando el cuerpo los evacua y expulsa, dice: «Estos humores salen de mí, pero no eran parte de mí». ¿Qué significa «no eran parte de mí»? Pues que no han sido extraídos de mi carne, sino que oprimían mi pecho cuando estaban dentro de mí.

5. «Han salido de entre nosotros, pero...», no os entristezcáis, «no eran de los nuestros». ¿Cómo lo pruebas? «Porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros». Contemplad, pues, queridos hermanos, cómo muchos que no son de los nuestros reciben con nosotros los sacramentos, el bautismo, lo que los fieles saben que reciben: la bendición, la eucaristía y todo lo que contienen los santos misterios. Incluso reciben con nosotros la comunión del altar y, sin embargo, no son de los nuestros. La prueba muestra que no lo son, pues cuando llega, vuelan lejos como arrastrados por un golpe de viento, porque no eran granos. Sí, todos volarán —repitámoslo a menudo— cuando el día del juicio empiece a soplar el aire del Señor. «Han salido de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros».

¿Queréis saber, queridos hermanos, cómo se puede decir con toda certeza que los que han salido por casualidad y han vuelto a entrar no son anticristos, no están contra Cristo? Es intolerable que los que no son anticristos permanezcan fuera. Ser anticristo o estar en Cristo es cosa de cada uno. O estamos entre los miembros o entre los malos humores. El que cada vez es mejor, es miembro del cuerpo; pero el que sigue siendo malo, es humor maligno, y cuando se vaya se sentirán aliviados los que estaban oprimidos. «Han salido de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero así ha quedado claro que no todos son de los nuestros». Añadió «así ha quedado claro» porque, aunque están dentro, no son de los nuestros. Pero no se ven, y sólo se manifiestan al salir. «Vosotros, en cambio, tenéis la unción del Espíritu que viene de Dios y lo sabéis todo». La unción espiritual es el mismo Espíritu santo, cuyo sacramento está en la unción visible. Todos los que tienen esta unción están capacitados para saber quiénes son los malos y los buenos. No necesitan, pues, que se les instruya, porque es la misma unción quien les enseña.

6. «No os he escrito porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad». Se nos ha advertido sobre cómo podemos conocer al anticristo. ¿Qué es Cristo?
Cristo es la verdad, pues él mismo dijo: «Yo soy la verdad». «Ninguna mentira procede de la verdad». Por tanto, los que mienten todavía no son de Cristo. No dijo que hay mentiras que proceden de la verdad y otras que no proceden. Escuchad esta sentencia para que no os aduléis, ni os dejéis seducir, ni os extraviéis, ni os hagáis ilusiones: «Ninguna mentira procede de la verdad». Veamos, pues, cómo mienten los demonios, porque no hay una sola clase de mentira.

«¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías?» Una cosa es lo que significa Jesús y otra lo que significa Cristo. Aunque Jesucristo, nuestro salvador, sea uno, Jesús también es su nombre propio. Igual que a Moisés, a Elías y a Abrahán se les llamó por su nombre propio, nuestro Señor también tiene un nombre, que es Jesús. Cristo es un nombre que designa una función sagrada. Del mismo modo que se dice de alguien que es un profeta o un sacerdote, «Cristo» significa «el Ungido», en el que se consumará la redención de todo el pueblo de Israel. El pueblo judío esperaba la venida de este Cristo, pero como se presentó humilde no le reconocieron; como era una piedra pequeña, tropezaron con ella y se destrozaron. Pero esa piedra creció y se convirtió en un monte inmenso. ¿Y qué dice la Escritura?: «El que caiga sobre esta piedra quedará deshecho, y a quien le caiga encima, quedará aplastado» (Lc 20, 18). Distingamos bien las palabras. La Escritura dice que el que caiga sobre esta piedra quedará deshecho y que a quien le caiga encima quedará destrozado. Como fue humilde en su primera venida, los hombres tropezaron con él, y como vendrá glorioso el día del juicio, destrozará a quien le caiga encima. Pero, cuando vuelva, no destrozará al que no haya tropezado con él en su primera venida. Quien no haya tropezado con el Cristo humilde, no temerá al Cristo glorioso. Sí, hermanos, así de simple: quien no haya chocado contra el Cristo humilde, no temerá al Cristo glorioso. Pues, para todos los malos, Cristo es piedra de tropiezo. Todo lo que dice es muy amargo para ellos.

De Comentario de la Primera Carta de San Juan, III.

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