Emblema de "La falsa religión", de "Il Libro degli Emblemi" de Andrea Alciati (1492-1550) |
Autor: Massimo Introvigne
En la audiencia general del 17 de octubre 2012 Benedicto XVI ha emprendido un nuevo ciclo de catequesis del miércoles, que estará dedicado a la fe acompañando paso a paso el año homónimo. La fe, ha dicho el Papa, es "el encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona viva que transforma, nos transforma en profundidad a nosotros mismos": nos transforma completamente, y transforma nuestra relación con los otros. "Tener fe en el Señor no es un hecho que sólo interesa a nuestra inteligencia, el área del saber intelectual, sino que es un cambio que implica la vida, todo lo que somos nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe cambia realmente todo en nosotros y para nosotros, y se revela con claridad nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación dentro de la historia, el sentido de la vida, el gusto de ser peregrinos hacia la Patria celeste".
¿Se trata sólo de bonitas palabras? ¿Se trata de teoría? ¿De algo que confesamos con los labios pero que, en lugar de ser "el alma", queda apartado de nuestra vida diaria? Para reconducir la fe en la vida cotidiana es necesario mostrar que sólo con la fe se encuentra "la plenitud del hombre". "Hoy es necesario remacharlo con claridad, mientras las transformaciones culturales en marcha muestran a menudo tantas formas de barbarie, que pasan bajo la etiqueta de "conquistas de la civilización": la fe afirma que no hay verdadera humanidad si no en los lugares, en los gestos, en los tiempos y en las formas en las que el hombre es animado por el amor que viene de Dios". En cambio, donde "hay la arrogancia del yo cerrado en sí mismo, el hombre es empobrecido, degradado, desfigurado."
Podemos entonces definir la fe como "acoger este mensaje tranformante en nuestra vida". También podemos decir que se trata de "acoger la revelación de Dios", pero "el misterio de Dios queda siempre más allá de nuestros conceptos y nuestra razón, de nuestros ritos y de nuestra oración". Empero he aquí "la maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros -a través de la acción del Espíritu Santo- las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de manifestarse, de entrar en contacto con nosotros, de hacerse presente en nuestra historia, nos hace capaces de escucharlo y de acogerlo". El Pontífice cita a San Pablo: "Por esto, incesantemente damos gracias a Dios de que, al oír la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombres, sino como palabra de Dios, cual en verdad es, y que obra eficazmente en vosotros, que creéis" (1 Ts 2, 13).
Con la venida de Jesucristo "Dios no sólo se ha revelado en la historia de un pueblo, no sólo ha hablado por medio de los Profetas, sino que ha dejado su Cielo para entrar en la tierra de los hombres como hombre, para pudiéramos encontrarlo y escucharlo". Las palabras que nos ha hecho escuchar, en cambio, tienen un contenido muy preciso. Por tanto "ya desde los principios se puso el problema de la "regla de fe", o sea de la fidelidad de los creyentes a la verdad del Evangelio, en la que permanecer firmes para custodiar y transmitir la verdad salvadora sobre Dios y sobre el hombre". San Pablo lo expresa en un modo que resulta hasta radical: "y por el cual sois salvos si lo retenéis [el Evangelio] tal como yo os lo anuncié, a no ser que hayáis creído en vano." (1 Cor 15,2).
La pregunta esencial para nosotros se convierte entonces en: "¿Dónde encontramos la fórmula esencial de la fe? ¿Dónde encontramos las verdades que nos han sido fielmente transmitidas y que constituyen la luz para nuestra vida cotidiana?". Y "la respuesta es simple: en el Credo, en la Profesión de Fe o Símbolo de la fe". El Credo nunca ha cambiado. Sólo necesitamos "que sea mejor conocido, comprendido y rezado. Sobre todo es importante que el Credo venga a ser, por así decir, "reconocido". Conocer, de hecho, podría ser una operación solamente intelectual, mientras que "reconocer" quiere significar la necesidad de descubrir la unión profunda entre las verdades que profesamos en el Credo y nuestra existencia cotidiana".
El Credo remite al Catecismo de la Iglesia Católica, que el Papa define una vez más como "norma segura para la enseñanza de la fe". El beato Juan Pablo II (1920 -2005) pedía explícitamente que el Catecismo "fuese programado sobre el Credo". Sólo así se podía construir un texto capaz de "confirmar y custodiar este núcleo central de las verdades de la fe, haciéndolo en un lenguaje más inteligible para los hombres de nuestro tiempo, a nosotros". "Hoy -ha añadido el Pontífice- vivimos en una sociedad profundamente cambiada también con respecto a un reciente pasado, y en continuo movimiento. Los procesos de la secularización y de una difusa mentalidad nihilista, en la cual todo es relativo, han señalado fuertemente la mentalidad común. Así, la vida es vista a menudo con ligereza, sin ideales claros y esperanzas sólidas, dentro de uniones sociales y familiares líquidas, provisionales". En particular -es el tema, tan querido para Benedicto XVI, de la emergencia educativa-, "las nuevas generaciones no vienen siendo educadas en la búsqueda de la verdad y del sentido profundo de la existencia que supera lo contingente, en la estabilidad de los afectos, en la confianza. Por el contrario, el relativismo conduce a la falta de puntos firmes, la sospecha y la volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas, mientras que la vida es vivida dentro de experimentos que duran poco, sin asunción de responsabilidad."
No se trata sólo de problemas que incumban a quien está fuera de la Iglesia. "Si el individualismo y el relativismo parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, no se puede decir que los creyentes queden totalmente inmunes a estos peligros, con los que nos confrontamos en la transmisión de la fe. La investigación aprobada en todos los continentes para la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, ha evidenciado algunos: una fe vivida de modo pasivo y privado, el rechazo de la educación a la fe, la fractura entre vida y fe". En la raíz de todo esto está la confusión doctrinal. "El cristiano no conoce a menudo el núcleo central de la propia fe católica, el Credo, así se deja espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades de fe y sobre la singularidad salvadora del cristianismo. No está tan lejano hoy el riesgo de construir, por así decir, una religión "hecha-por-ti"*. Debemos, en cambio, volver a Dios, al Dios de Jesucristo, tenemos que redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar de modo más profundo en nuestras conciencias y en la vida cotidiana.
Por esto era necesario el Año de la Fe: para reafirmar que los "contenidos o verdades de la fe (fides quae) se enlazan directamente a nuestra vivencia; requieren una conversión de la existencia, que da vida a un nuevo modo de creer en Dios (fides qua). Conocer a Dios, encontrarlo, profundizar en los rasgos de su rostro pone en juego nuestra vida, porque Él entra en los dinamismos profundos del ser humano". Sin claridad doctrinal no hay fe. Sin fe, encomendándose solo a la religión "hecha-por-ti", es difícil evitar los muchos riesgos de barbarie.
NOTA DEL TRADUCTOR: "Fai-da-te" viene a ser en italiano lo mismo que "bricolage" en francés o el "do it yourself" inglés. Se trata, por lo tanto, de una labor que realiza una persona a título de aficionado, para reparar alguna avería doméstica. En español tenemos una expresión que podría cuadrarle maravillosamente a lo que nos dice el Papa en italiano: "religión a la carta", esto es: una religión personal que el individuo va confeccionando eligiendo los elementos que la conforman como quien elige los platos en un restaurante, tomando la carta y seleccionando un menú a su gusto.
Fray Luis de León ofreció un consejo a los traductores, cuando dijo: "El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que las originales tienen...". Queremos seguir el dictamen de Fray Luis de León y, para ser fieles al original italiano, hemos traducido "fai-da-te" como "hecha-por-ti".
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