Es primavera, la naturaleza se viste de nuevos colores y se expanden por el diáfano cielo los perfumes frescos de los azahares. En el marco de un día soleado y caluroso, el país está de fiesta. En el fondo, a lo largo de la avenida bordeada por filas de adelfas, avanza una elegante carroza. ¡Ya es llegada! Un grito exultante se eleva. Una novia se hizo esperar. Marcando el paso con una gracia principesca está acompañada por un séquito de doncellas que se apresuran a recomponerle la cola del vestido. Su mirada es
tímida y se la ve conmovida ante las amitasdes y la parentela que, jubilosas y expectantes, la aguardaban; en su cabeza se agolpan inolvidables emociones que forman un barullo en su cabeza. A lo largo de una alfombra de rosas avanza lentamente a los solemnes compases del Himno Pontificio; casi se deshace en lágrimas. Unos adornos florales están dispuestos, para que pase ella entre lirios. Las manos trémulas sostienen una cadenita, una corona de cuentas cristalinas, que se desliza entre los pliegues de la seda de su blanco vestido: es el Rosario, símbolo de su sólida fe. Su exuberante cabellera está recogida en una delicada red de perlas y jazmines que aguarda a ser desatada por quien se unirá a ella en un pacto de amor, para toda la vida. De la bendita cabeza desciende el velo y se entrevera el frescor de la mirada. Cándido y casto es su vestido, resplandece su rostro; la novia en su belleza está radiante de luz.
El blanco vestido es la pureza virginal, que la acompaña hasta el Altar y, a su delicado paso, con gracia inenarrable, despierta la admiración y el afecto del concurso de los convidados. El novio amado está ansioso por su llegada y, con el donaire de un caballero, le entrega la mano y oscula la frente de su amada.
"La mujer perfecta, ¿quién podrá hallarla?
Vale mucho más que las perlas.
En ella confía el corazón de su marido,
y no carece de ganancia.
Proporciónale ventura, no desgracia,
todo el tiempo de su vida.
Ella se procura lana y vino,
y hacen las labores con agrado sus manos.
Tiende sus manos al desvalido
y alarga la mano al menesteroso.
Engañosa es la gracia, vana la belleza;
la mujer que teme a Dios, esa es de alabar.
Dadle del fruto de sus manos
y alábenla sus obras en las puertas de la ciudad."
"Proverbios", 31
Ella es la elegida. Y ha llegado el gran momento.. Y, para señalar que ya ha llegado ese momento definitivo, las palabras de una promesa solemne:
"Yo te acojo a ti, como mi esposa. Con la gracia de Cristo prometo serte fiel siempre, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida"."Mi amado es mío y yo para él. Él me dice:
"Ponme como un sello sobre tu corazón,
ponme en tu brazo como sello.
Que es fuerte el amor como la muerte
y son, como el infierno, duros los celos.
¡Son sus dardos saetas encendidas,
son llamas del Señor!
No pueden las aguas copiosas extinguirlo,
ni arrastrarlo los ríos"."
Cantar de los Cantares
Repican las campanas del lugar, con tañidos de júbilo.
Es el día del sí que sella el vínculo santo. Del sí para siempre, único e irrepetible, hasta que la muerte los separe.
Francesca Bonadonna
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